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FIJÓ EN ÉL SU MIRADA Y LO AMÓ

En la vida de cada uno de nosotros, hay un momento en el que Jesús nos mira fijamente y dice: "Eres mi hijo", o: "Eres mi hija", o: "Eres mi niño querido".
Sólo cuando oímos estas palabras conocemos al Padre. El joven de quien se habla en el Evangelio no creyó en la mirada de Jesús, en aquella mirada extraordinaria de Jesús que dijo con todo su ser: "Te amo". Al terminar de hablar, Jesús pronuncia esta palabra: "Sígueme". (...)
Jesús vino a tomarnos a cada uno de nosotros en este paso del mundo al Padre. Vino a cambiar las raíces más profundas de mi ser, y a darme una nueva conciencia que me hacer ser feliz y a estar tranquilo con mi pobreza, e incluso con el vacío que hay dentro de mí; y, como ya no tengo nada que defender, pierdo mi agresividad. No necesito luchar, porque sé que soy amado. Sé que nada tengo. Sé que estoy condenado a morir. Sé que aún hay dentro de mí el máximo de odio, de búsqueda de poder y de gloria, de seducción por las riquezas, de preocupaciones del mundo. Todo esto lo sé, pero me importa poco porque sé que soy amado. Entonces puedo vivir sin tensiones. En griego, la palabra perdón connota esta "falta de tensiones".
Soy perdonado y llevado en manos de mi Padre, llevado en el corazón y en el ser de mi Dios. Él es mi defensor, Jesús es el paráclito y Él envía otro paráclito, su Espíritu, el Espíritu, el Espíritu de la verdad. Y el paráclito es quien responde ami grito de angustia, el que me rodea cuando gimo. Jesús, al ver mi pobreza y al amarme como soy, con esta pobreza radical de mi ser, me da un corazón nuevo. Tengo alguien en quien creo y que me lleva, ya no necesito andar intranquilo ni temer. Ya no necesito defenderme. Y al no tener ya miedo, entro en una conciencia nueva que es la libertad de los hijos de Dios.
Jesús me amó y sigue amándome. Ya no necesito preocuparme por las cosas que me suceden. Ya no necesito ser alguien. Jesús me trae una libertad que me hace capaz de mirar al otro a los ojos y de decirle a mi vez: "Te amo". 
"Como el Padre me amó, así yo los he amado. Esto es lo que les mando, que se amen unos a otros." (Jn 15, 9.17)
Jesús me da esta conciencia nueva: el descubrimiento de que cómo soy amado y libre, esta vez en lo más profundo de mi ser. Jesús nos promete la libertad radical de los corazones (...).
Pero con esa conciencia nueva que Jesús nos da, caminamos con Él en la creación del Reino, Reino del Padre, Reino de Amor. Este amor no es una ilusión: es compromiso, fidelidad y donde nuestra vida. Jesús nos llama a adentrarnos en esa perspectiva nueva (...) Y todo lo que Jesús nos pide es que seamos lo suficientemente pobres, y lo suficientemente pequeños para mantener fija nuestra mirada en los ojos de Jesús.
Jesús lo miró con cariño y le dijo: "Una cosa te falta: ve, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; después sígueme. (Mt 10, 21)
Con su mirada, Jesús dijo al Joven: "Te amo, me preocupo por ti, miro por ti, te perdono en medio de toda tu pobreza. Conozco todas las riquezas que posees, sé que tienes mucha hacienda, pero te envuelvo con mi mirada y con mi corazón". Pero él no creyó en la mirada de Jesús. 
Decir a alguien "Te amo" es hacerse mu vulnerable. Por eso es tan frágil el lenguaje del amor. Se va paso a paso, no demasiado aprisa, el otro podría asustarse. Amar es ir amaestrando, despacito. Pero Jesús se coloca de inmediato en ese estado de vulnerabilidad. Cuando uno ama se hace muy pequeño, muy pobre, pues puede ser herido si el otro no acepta esa comunión que se le está brindando. Y esto es lo que hace Jesús: ofrece algo muy valioso, su intimidad, tan fuerte que con ella basta.
(...) nos invita (...) a ser lo bastante pobres para acoger su mirada en lo más hondo de nuestro ser, por encima de todos los odios, los temores, los miedos a la muerte, al fracaso; y para creer que Él nos lleva, nos ama y nos envía. Primero Jesús dice "Sígueme". Después nos  envía, como pobres que no tienen otra cosa que la certeza de ser amados; la certeza de que, en medio de las tinieblas, brilla una luz. (...) en medida que hayamos aceptado nuestra pobreza y descubierto, a través de ella, la fuerza de Jesucristo; en la medida en que hayamos descubierto que no podíamos amar, pero que Él puede amar en nosotros. 
El joven tuvo miedo de aquella mirada de Jesús; no confió y se apegó a sus bienes, a su seguridad. No quiso arriesgarse; no quiso dejarse llevar; no tuvo fe en aquella mirada extraordinaria de Jesús que estaba diciendo "Te amo". No se dejó vencer por la mirada de Jesús. Cuando uno se deja vencer por al mirada de Jesús en ese mismo momento aprende que no tiene nada; y porque no tiene nada lo tiene todo. Porque tengo esa mirada de Jesús que me lleva, porque lo tengo todo, puedo darlo todo. Jesús es mi defensor; y puesto que Él está en mi, el Padre puede enviarme como su hijo único y amado, para que yo también lleve el cielo y la tierra; para que lleve el amor. Por haber sido perdonado, puedo perdonar. Todo me lo han dado a mí; por eso puedo darlo todo sin miedo. Y, al darlo todo, mi corazón puede prorrumpir en una acción de gracias. En ese momento, puedo participar de lo que Tú Señor eres: el don total. Y porque en Ti puede darlo todo, mi corazón de niño estalla en agradecimiento, con el balbuceo y el grito de alegría del niño que dice "Gracias".



"No temas amar" de Jean Vanier

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