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LA NECESIDAD DE DESPERTAR UN ARDIENTE ASOMBRO

  Necesitamos repensar la respuesta que estamos dando a la pregunta por la vida, incorporando a ella toda la hondura que ha quedado oculta a nuestra mirada, desde el momento en que comenzamos a hacer burdas simplificaciones, por la necesidad de atenernos a los "hechos duros". Necesitamos recuperar la certeza de que no estamos solos, de que la vida y la historia no es un puro azar, renovando nuestra fe en la amorosa Presencia que nos deposita en la vida y nos cuida. Necesitamos una manera totalmente nueva de interpretar nuestra biografía, no tanto bajo el prima de causas y efectos como de llamamientos. No tanto desde el punto de vista de las influencias recibidas como de las revelaciones manifestadas.



  De todos los descuidos que hacemos en nuestra cultura contemporánea, el más grave es el descuido de la belleza; el descuido de la capacidad de contemplar la vida como algo extraordinariamente hermoso, porque si no se percibe su belleza, se rebaja la posibilidad de amar la vida. Necesitamos despertar un ardiente asombro ante el misterio de la vida, porque solo así será posible reconocer su belleza, su trascendencia y su milagro. Solo así será posible inclinarnos reverentemente ante ese Dios al que le decimos Padre y descubrir que nuestra vida nació de una voz que nos llamó y que sigue susurrando nuestro nombre, invitándonos a vivir.

  Necesitamos anunciar a los jóvenes y a los adultos que la vocación representa el modo de hacernos cargo de lo universalmente humano que nos habita, manifestándolo, actualizándolo y realizándolo en la vida personal. Que la fidelidad a sí mismo es la más alta audacia que se puede ejercer en la vida, porque representa la afirmación absoluta de nuestra existencia individual, en la triunfante acogida de lo universal dado, con la libertad de la propia decisión. Que esto no se logra sino haciéndose uno profundamente responsable de su propia existencia, que incluye ser-con y ser-para los demás, porque nada de lo que existe se hace accesible para nosotros sino siempre por y a través de un determinado proyecto de mundo, y donde el proyecto de mundo sufre un estrechamiento, toda nuestra vida se encoge.

  El descubrimiento de la propia vocación es al mismo tiempo el descubrimiento del milagro de la vida, de los anhelos de comunión que nos humanizan, de la presencia invisible y palpable de Dios y la única posibilidad de acceder a lo que cada uno singularmente es. Solo necesitamos despertar un ardiente asombro para hacerlo nuestro.



Texto extraído del libro "El reclamo de los sueños, una mirada creyente sobre la vocación humana" por Ana María DíazEquipo TALITA KUM (Av. Jujuy 924, C.A. de Buenos Aires. Argentina. www.equipotalitakum.org.ar)

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