Mucha gente experimenta que entre sus sueños y la realidad que viven, hay una distancia abismal.
Esta situación general nos pone en un gran riesgo, porque el espacio de los anhelos del corazón, el lugar de los sueños, debe ser llenado con algo. Si ya no podemos tener sueños inspiradores, los reemplazamos con fantasías compensatorias, que nos hacen olvidar de la realidad frustrarte, llevándonos a habitar en un mundo imaginario, donde todo es perfecto.
Sin embargo, las fantasías compensatorias tienen el grave inconveniente de enajenarnos de la realidad y de hacer que, cada vez que despertemos de ellas, nos sentimos más y más atrapados por las situaciones frustrantes. Por el camino de refugiarnos en la fantasía, lentamente dejamos de creer que es posible hacer algo para cambiar las situaciones que nos frustran, y caemos en un amargo y resentido acomodo a ellas, con lo cual, al rechazo que nos produce la realidad, se agrega ahora un inconsciente y vago auto rechazo (...)
La renuncia a los propios sueños no se hace sin costo, porque es como renunciar al horizonte que guía y orienta nuestros pasos, optando por caminar cabizbajos, mirando el suelo. Renunciar a los sueños opera como un doloroso desmembramiento psicológico y espiritual. Con el paso del tiempo, la sensación de pérdida de lo más importante de sí mismo se va acrecentando hasta instaurar la depresión y con ella llegan los sentimientos de tristeza y soledad, junto con el insufrible sentimiento de que nada tiene sentido.
Pongamos atención a como habla de esto una joven de 29 años:
"Siento un pinchazo en el centro de mi pecho. Un agujero apenas visible que me va deshaciendo y que transforma mis días en canciones sordas, en ecos vacíos, en amasijo de ilusiones rotas. Intento controlarlo, pedirle que se cierre, que me de aliento, que deje de traerme recuerdos y frustraciones. Pero no sé si me escucha, y si lo hace, no pretende hacerme caso todavía. Mi equilibrio se va, se difumina. Y lo veo alejarse, perdiéndose en mi horizonte, mientras yo no tengo sino fuerzas para quedarme sentada al borde del camino, con la mirada perdida, invadida de lágrimas y con manos temblorosas, removiendo la tierra bajo mis pies."
Esta terrible experiencia se debe a que los sueños jamás nos abandonan, nunca dejamos de anhelar que la vida se parezca a nuestros sueños. Y cuando no le hacemos espacio en nuestra vida, cuando intentamos olvidarlos y renunciar a ellos, nos pasan la cuenta. Los sueños son el núcleo central y el lenguaje de la vocación e irrumpen en nuestra vida haciendo un poderoso reclamo de atención.
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